Deambulando - priv -

Realmente le gustaba caminar por la playa al atardecer, era tranquilo y romántico al mismo tiempo. No importaba que estuviera solo en ese momento, en realidad le daba tiempo para pensar y estar consigo mismo.

Parecía que estar consigo mismo se estaba haciendo un hábito en él. Se quitó los zapatos y, llevándolos en una mano, comenzó a recorrer la limpia playa, llegando a una roca y sentándose en ésta, disfrutando de la vista que el mar ofrecía. Podía ver otros caminantes ahí mismo, los conocía a casi todos, pues siendo curandero en aquel pueblo, todos o casi todos habían acudido a él en alguan ocasión.

Ése había sido un día ocupado. Le llevaron a una niña con un dolor intenso en el abdómen que no paraba de llorar y estaba volviendo locos a los padres, ya que en la clínica no habían dado con el remedio a su malestar. Así que se la habían llevado a Abel, a la biblioteca donde trabajaba. Les pidió que le siguieran a su casa y ahí revisó a la niña, concluyendo que alguien, posiblemente otro hechicero había tratado de lastimarla, por lo que sabía, quizás lo habían hecho por el simple placer de causar dolor. Afortunadamente el dolor de la niña se calmó tras darle a beber una infusión de hierbas que Abel tenía en su despensa.

Su turno en la biblioteca ya había terminado y lo primero en lo que pensó, fue ir a relajarse a la playa. Los días agotadores eran cada vez más frecuentes, al menos eso lo distraía de la solitaria vida que llevaba.

La época de verano era corta en la isla, el invierno y las largas noches se acercaba, unas cuantas semanas más y todo eso se vería hecho una realidad, una vez más en aquel lugar. Los peligros acecharían en cada rincón en esos momentos, lo presentía, así que debía tomar algunas contingencias antes de que eso se presentara… antes de que el caos retornara, porque finalmente eso era lo que sucedería y pobre de los incautos que anduvieran desprevenidos.

De ese modo como el invierno acercaba era imprescindible que todo estuviera en orden en la isla, por pequeña que fuera había mucha más gente viviendo allí de lo que se podría esperar. Y Greenville era parte de las preocupaciones que debían abordar. La alcaldía tenía que preocuparse de todo ello y las fastidiosas reuniones con gente de pocas luces se veían aún más tediosas. Sobre todo cuando en días como ese la terquedad y los miedos afloraban y tenían que convencerse a todos uno por uno… una y otra vez.

De ese modo Vitar se preguntaba si el día podía mejorar, pero parecía que no iba a ser tan sencillo. Su automóvil había tenido un pequeño desperfecto y eso no le había hecho la menor gracia. Otros funcionarios de la alcaldía se habían ofrecido a llevarlo de regreso a Paradisse, pero había tenido que negarse, no deseaba dejar su bien en manos de un mecánico por toda una noche, así que dando presión especial se quedaría a esperar, pero las horas se alargaban y la impaciencia iba poniéndolo de mal humor.

De ese modo partió hacia la playa cercana, caminando con los zapatos en la mano, luego de sacarse la corbata y soltarse algunos botones de la camisa que se había desarreglado. Veía algunas personas de regreso a la villa mientras pisaba esa calida arena que friccionaba suavemente sus pies, no entendía como había idiotas que deseaban crear una familia en un lugar como ese. No era quien para criticar, pero de todas maneras.

- Incomprensible – dijo en voz alta para si, sin importarle si alguien más le escuchaba

Escuchó que alguien hablaba cerca suyo, aunque no estaba del todo seguro de si se dirigía a el o no. De todas formas, en caso de que así fuera, se giró, para encontrarse con un hombre aproximadamente de su edad, que le era vagamente familiar.

Pero no lograba recordar su nombre, y eso que conocía a casi todos en la isla... lo que le decía que seguramente se trataba de alguien muy reservado.

Estaban casi hombro contra hombro cuando escuchó que aquel hombre hablaba, por lo que ahora que Abel se había girado hacia el, sus rostros estaban relativamente cerca.

Era atractivo, sin duda. Hacía años que Abel no se intereasaba en nadie, más que nada por que sus días solían estar tan ocupados, que rara vez le quedaba tiempo si quiera para pensar en tener una vida social y cuando tenía tiempo, simplemente quería estar tranquilo y disfrutar de la soledad y la calma que la acompañaban.

Se lo quedó mirando sin darse cuenta casi, hasta que el rostro hizo click en su mente con un nombre. Vitar Schmidt. Varios de sus pacientes habían hablado de él como un jefe tremendamente exigente, aunque nada de eso le constaba a Abel, bien podía ser que el hombre simplemente fuera estricto, lo que no veía como algo malo, ya que el mismo Abel era estricto y exigente consigo mismo.

A esas horas el mar era una de las visiones más hermosas en toda esa isla. Una trampa como tantas otras, como el fuego para las ingenuas polillas que terminaban quemándose. Solo que para alguien del tipo de Vitar esa era una posibilidad que difícilmente podría llegar a suceder, él jamás se dejaría consumir por nada, ni siquiera deslumbrar. Había pasado por demasiadas cosas como para permitirse un fallo de ese tipo. No era ninguna clase de estúpido.

Avanzaba por la arena luego de haber hecho ese comentario, notado como una persona parecía que había quedado bastante interesada en lo que había dicho, pero solamente alzó una ceja a modo interrogante esperando ver si tenía algo que decirle.

De momento solo podía notar esa mirada de reconocimiento, pero eso no era de extrañar. Como el jefe de finanzas de la isla había mucha gente que lo veía con cierta frecuencia, lo único curioso era que no reconocía a ese hombre de cabellos plateados. Probablemente no fuera nadie muy importante.

Lo curioso fue lo que sucedió a penas unos segundos más tarde. La marea había subido de tal modo que las corrientes se habían vuelto más intensas, las olas habían crecido y una fuerte choco contra esa roca donde estaba aquel individuo de cabello plateado empapándolo por completo.

- Deberías tener más cuidado – le dijo con todo descaro, su voz tenía una nota de ironía, aunque la verdad era que tenía deseos de de reír bastante, pero no era tan maldito.

Éso simplemente no lo había visto venir, sabía que la marea crecía rápidamente en la isla, era algo que sabía desde niño, pero se había quedado literalmente embobado por Vitar y cuando quiso darse cuenta de la ola que venía hacia él, era demasiado tarde. Terminó empapado de la cabeza a los pies.

-Grandioso -susurró, sacudiendo la cabeza para quitar algo del exeso de agua en su cabello y tomándolo con las manos para exprimirlo.

Se quitó su gabardina, suspirando. Hacía frío, pero si no se la quitaba, seguramente terminaría enfermándose. Por suerte ésta era gruesa, así que el agua no había alcanzado a mojar su camisa y pantalones, sólo la gabardina, su rostro y bueno... ahora el agua le chorreaba del cabello a la camisa. Sacó una tira de cuero del bolsillo de su pantalón, amarrándolo en una coleta alta en un esfuerzo por evitar que su cabello siguiera mojándole la ropa.

Su atención se giró a Vitar cuando le oyó hablar, frunciendo el ceño al ver la alegría en su rostro.

-En realidad, yo no le veo lo gracioso a ésto... pero si algún día tiene un accidente que no sea grave y estoy cerca, me aseguraré de sonreír tal como usted lo está haciendo, antes de ayudarle -respondio, mordiendose el labio inferior y contemplando seriamente volver a su casa para tomar un baño y dar definitivamente por finalizado su día.

Hay personas que claramente no tienen una buena actitud, que no son amables, que de alguna manera mantienen una distancia con las otras personas para no llegar a mostrarse vulnerables. En más de un sentido Vitar era así, en esa compleja psiquis no se podía afirmar que fuera una mala persona propiamente tal, claro que tampoco se podía afirmar que fuera alguien bueno. Solo otro humano en busca de su supervivencia.

Había notado el modo en que el individuo de cabellos plateados trataba de adquirir una imagen más digna después de ese bochornoso instante. Al menos en esos segundos podía decir con claridad que, eso no era más que la triste casualidad. Por su parte solo dejo los zapatos un momento en la arena mientras buscaba su encendedor. Lo que no se había esperado es que aquel individuo pudiera siquiera contestar sus palabras. Tenía esa apariencia molesta de chiquillo abochornado que trataba de salvar algo de su orgullo.

- ¿En serio? – preguntó con tono afiladamente ácido, si estaban con esas pues bien podía mostrar todo descaro con sus palabras y acciones. Su sonrisa se acentuó más antes de sacar un cigarrillo – Lo veo poco probable… dejarme hacer el ridículo a mí mismo y luego dejarme ayudar – negó con la cabeza con esa voz grave y profunda que demostraba demasiada confianza en si mismo.

Quizás estaba presionando un poco su suerte, no sabía si aquel sujeto podía ser alguien peligroso o no. En esos momentos lo dudaba francamente, tenía ese aire de no dañar a nadie y además en vez de contestar con insultos como lo haría la mayoría de las personas se las había arreglado para contestar su ironía de manera rebuscada. Ahí solamente parecía que el agua había abrumado un poco, pero ni siquiera le había empapado demasiado.

- Por otra parte jamás debería rechazar un buen consejo… aunque sea dado del modo que sea – completó antes de sentarse en la arena a una buena distancia de donde estaban rompiendo las olas. Prendió un cigarrillo y dejo muy cerca de él su chaqueta, solo en caso de prevención, allí tenía su arma.

Suspiró al escuchar la respuesta de su interlocutor, preguntándose como es que siquiera había pensado en que era apuesto. Bien, lo era, pero su actitud dejaba demasiado que desear.

Sin embargo, con todo y eso, seguía pareciendole alguien fascinante y por algún extraño motivo, sus ganas de volver a casa se le quitaron, de momento al menos.

-En eso tiene razón, todo buen consejo es digno de ser tomado en cuenta, aunque no siempre el que da el consejo se entera de si fue o no escuchado, sobre todo cuando dicha pareciera burlarse de aquel a quien aconseja -frunció el ceño, extendiendo su gabardina en la arena para ver si lograba que se secase un poco y volvió a exprimirse el cabello, cuidando de permanecer fuera del alcance de las olas... tal como Vitar había aconsejado.

-Supongo que la franqueza a veces puede confundirse con la rudeza... así que tanto si fue su inención como si no quiso burlarse de mi, pido una disculpa por mi reacción. Etaba un tanto fuera de mi por la sorpresa- y es que verse empapado de un segundo a otro, sorprendía y alteraba a cualquiera.

Ciertamente, a Abel no le gustaba ir haciendo enemigos por doquier, sobre todo por que ya tenía bastante con las pesadillas de lo ocurrido durante su secuestro. No necesitaba añadir personas a la lista de quienes lo querían lastimar. Por que aún persistía aquella sensación en él de que quien fuera que lo secuestró de niño, podría volver en cualquier momento para hacerle daño de nuevo.

No, definitivamente no necesitaba más enemigos.

La naturaleza de las personas era algo difícil de cambiar o disimularla, es algo que sigue de manera ineludible. Es el centro de quien se es. Sea algo bueno o malo, son las semillas y las raíces de la propia existencia. Algo tan profundo que innegablemente seguirá a una persona hasta el fin de sus días. Incluso si en el camino de esa persona las cosas se torcieron de manera extraña.

Era curioso que el carácter de aquel austriaco siguiera siendo el mismo, a pesar de que lo más apropiado en el caso de Vitar habría sido cambiar no solo su apariencia y su nombre, sino toda su manera de ser… pero no pudo, en el trayecto su personalidad fue surgiendo, dejando escondidos algunos rasgos. En esencia seguía siendo él mismo. El hombre de afilado y devastador juicio. Por lo mismo las palabras que escuchó a continuación le parecieron casi un esfuerzo inútil.

- Se dice que los mendigos no tienen derecho rechazar una comida… sea dada del modo que sea – comentó con un tono de voz más monocorde esa analogía provocadora – Aunque es cierto también que nadie gusta de escuchar cuando alguien más le señala sus errores –agregó presionando una vez más su dedo en la yaga.

Llevó el cigarrillo a sus labios para prenderlo, mientras sentía el viento fuerte, era esa sensación de terquedad frente a la naturaleza. No dejaría que apagara esa pequeña llama que alimentaba a su vicio. Lo hizo con parsimonia, viendo de reojo a aquel sujeto de afilada figura. Tenía un atractivo lánguido, de alguna manera frágil. Hecho que solo empeoraba con cada palabra que escuchaba.

- No tienes porque suavizar las cosas conmigo – le dijo dando una nueva bocanada de aire, mientras su rostro de mostraba tan intenso como antes – esa diatriba de una posibilidad de… una ilusión sobre el comportamiento de otra persona es innecesaria – sentenció finalmente, tenía la clara impresión de que aquel sujeto carecía de carácter, para él un hombre debía mantener su postura firme aunque se equivocase, no solo mostrar el cuello en una actitud sumisa frente a cualquiera. – Tratar de mostrar una actitud tan cordial con alguien que claramente se burló en muchos lugares es tomado como una muestra de debilidad.

Una vez más su juicio era implacable frente al otro. Pero “el olor a sangre de una criatura herida” era algo demasiado peligroso en los alrededores. Algo demasiado descuidado, tanto que en ese purgatorio estaba a punto de parecer falso.

Por lo general, todo mundo era amable con Abel, quizás por ser el curandero de la isla o tal vez simplemente por su carácter afable. Definitivamente no estaba acostumbrado a que le hablaran como Vitar lo estaba haciendo y desde luego, no le gustaba.

Frunció el ceño, mirando fijamente el mar y murmurando, sin apenas mover los labios, un pequeño conjuro para enviar una ola de nuevo hacia ellos, con la potencia suficiente para empapar a Vitar. Sonrió al sentir como su cuerpo perdía un poquito de energía al efectuarse correctamente el conjuro y se apresuró a recoger su gabardina, retrocediendo unos pasos y salvándos por poco de ser empapado por completo. El agua seguramente había empapado a su arrogante interlocutor o como mínimo, mojado su cigarro...

Eso le enseñaría a no burlarse, y con algo de suerte, no se daría cuenta de que Abel era el responsable de su baño al aire libre.

No creía que fuera tonto, pero nunca antes había visto a Vitar, por lo que dudaba que supiera que era un hechicero.

Se sabe que cada acción tiene una consecuencia, no necesariamente la que esperásemos, y con mucha frecuencia no es la que deseamos. Es algo con lo que hay que vivir, aunque en algunos momentos pareciera como si algo se burlara de nuestras propias experiencias. Unas cuantas personas llamaban a eso justicia divina, mientras que otras miraban más allá de la simple coincidencia.

El pelinegro se encontraba fumando de manera apacible, mirando las olas del mar a pesar de que de vez en cuando observaba a aquel individuo de reojo. Aquello le valió lo suficiente como para ser capaz de ver esa ola que se acercó abruptamente hacia donde estaban. La sorpresa y sus reflejos lo hicieron retroceder como pudo para evitar mojarse. Lo consiguió, a penas, seguía un poco agitado por aquel inesperado movimiento de la naturaleza. Con lo que quedo con arena revuelta en su ropa, lo que era no solo molesto, sino que era bastante incomodo.

Miró de frente a aquel sujeto con el ceño fruncido y una expresión hosca y furibunda. Esperaba cualquier comentario. Solo deseaba que no fuera de esos sujetos “diferentes de la isla”, porque sino eso sería responsabilidad suya y estaba bastante dispuesto a tomar el riesgo de darle una lección nada agradable. Todo quedaba en preventivas sospechas, para Vitar aquellas personas que no parecían demasiado problemáticas no eran tomadas en mucha consideración como para informarse de ellas, pero con esto era probable que tuviera al bibliotecario entre ceja y ceja.

-…- Gruño algo por lo bajo, algunas palabras que parecían inconexas, en algunos idiomas diferentes al ingles. Definitivamente ese no sería su día de suerte. Eso había sido realmente ridículo, y claramente no era algo que su orgullo tolerara. - ¿Algún comentario en “venganza”? – preguntó con un tono que despedía veneno, ni extrañaba el cigarrillo que había perdido.

Se sintió culpable al ver el revoltijo de arena que manchaba las ropas del pelinegro, por lo que negó con la cabeza y sacó un cepillo que guardaba en su gabardina para cuando a el mismo le ocurría algo parecido.

-De hecho, sigo sin encontrarle la gracia a burlarse de las personas y las venganzas tampoco son de mi agrado... -sí, esa pequeña travesura era culpa suya y sólo suya, pero no estaba mintiendo, nunca le había gustado la venganza, al grado de que ahora sentía una especie de deuda con Vitar.

Por otro lado, era una suerte que sólo se supiera de él que manejaba la magia curativa, aquel hechizo para mover el agua no era algo que hubiese efectuado con frecuencia, de hecho, llevaba años sin siquiera probarlo, así que dudaba que se supiera en la isla que tenía esa capacidad. No era de estar contando sus logros y alegrías a todos los que lo rodeaban. Le gustaba su privacidad.

-Anda, toma el cepillo, no es un desastre tan grande como parece y tu ropa se ve cara, puede arruinarse si no la limpias -dijo extendiendo el brazo para que tomara el cepillo.

Las personas son criaturas complejas, no solo aquellas que tienen una segunda naturaleza que se llama supranatural, no solo aquellos que tienen esas habilidades llamadas mágicas. Dentro de las personas comunes y corrientes existen algunos que tienen caracteres tan extremos que muchos no podrían asimilarlo. Vitar dentro de todas esas capas de falsedad para defenderse tenía muchas caras, era alguien demasiado enrevesado como para tratar de entender, complicado…

La mirada oscura que le dirigió a aquel individuo fue tan fría que podría haber congelado a cualquiera sin la necesidad del frío glacial del invierno. Estaba molesto y desconcertado por lo que había sucedido. No era algo bueno, pero esas palabras tan condescendientes y faltas de convicción le parecieron terriblemente desagradables. Así lo reflejaba su expresión, esa que cuando deseaba podía esconder cualquier cosa y cuando no… podía ser escalofriante.

- ¿Te sientes conforme contigo mismo al ser tan cínico? ¿O es que volvimos a la época victoriana donde era mal visto ser sincero incluso con uno mismo y se debían seguir reglas de modales para todo? – su voz contenía terrible veneno. Probablemente estuviera extralimitándose por lo sucedido no era algo tan grave como para comportarse de esa manera, pero odiaba esa clase de personas, eran las primeras que apuñalarían a otros por la espalda. – No es tema de tu incumbencia.

Vitar no era el tipo de personas que aceptaría la amabilidad de otros gratuitamente, demasiado sospechoso como para confiarse. Así que solo miró ese cepillo por un instante como si fuera a encontrarle alguna trampa, pero solo paso de largo. Si seguía allí se descargaría con ese individuo y lo humillaría hasta quedar satisfecho, demasiada pérdida de tiempo.

Frunció el ceño ante su respuesta, suspirando y negando con la cabeza.

-Quizás no pensarías mal de todo el que te tiende una mano si no fueras tan desagradable como para hacer que todos deseen pisarte en lugar de ayudarte o simplemente sentirse cómodos a tu lado -soltó de pronto, cansado de tanto veneno.

Sí, le había jugado una broma ¿Y qué? No era para tanto y tenía la sospecha de que Vitar ni siquiera sabía que era Abel quien lo había mojado, así que su grosería no se excusaba con nada.

¿Cómo en el mundo había venido a gustarle un tipo como ese? Ni el mismo lo entendía, pero no era algo que fuera a mencionar, ni siquiera a mostrar. De hecho, lo enterraría en el fondo de su mente y trataría con todas sus fuerzas de no pensar en él para nada. Quizás no tardase mucho en fijarse en alguien más.

Había un sabio acertijo que pregunta: ¿qué fue primero el huevo o la gallina? Es difícil tratar de deducir algo así, solo te deja en un inevitable camino en círculos del que no se puede salir, solo para mostrar que las cosas no siempre son causales como nos parecen. Esa es una lección que se debe aprender.

Al fin y al cabo ¿era que Vitar tenía que sospechar de otros por las consecuencias de de sus acciones o sus acciones eran producidas por sospechar de otros? Para alguien que se atreviera a juzgarlo tan rápido como lo estaba siendo en ese momento no quedaba otro resultado que el chocar inevitablemente contra una pared. Las palabras de aquel sujeto de plateados cabellos no hicieron más que acentuar una sonrisa de desdén.

- Vaya alguien que cree aún en la bondad de la gente… - soltó descargando la frustración que sentía. Esta había crecido por las palabras de aquel individuo. ¿Qué sabía él de lo que había pasado antes? Absolutamente nada y aún así se atrevía a juzgarlo – dime ¿Aún crees en Santa Claus también? – se mofó.

Ahora si trataba de ridiculizarlo. Aquel peliblanco había despertado lejanos recuerdos, unos demasiado amargos como para permanecer tranquilo por más tiempo.