Almuerzo "vespertino" para dos y una bola de pelos. -priv Ban.-

La paciencia por lo general se ve recompensada, muchas veces es cuestionada o tachada de cobardía, pero había que ser lo suficientemente sutil como para distinguirla. No era algo tan simple. Se requería de fuerza interna para poder manejarla, se debía entrenar y saber cuando era justo ocuparla. Una decisión difícil en la mayoría de los casos, sobre todo cuando otras fuertes emociones se veían involucradas, se causaba prácticamente una especie de martirio. Algo muy semejante había pasado el oficial al esperar esa llamada, que por un momento dudo que llegaría. El trabajo en la comisaría seguía siendo el mismo, estar muy alerta y seguir con el turno de noche. De modo que apenas había regresado a su casa cuando su celular sonó.

Le había sorprendido de un modo grato el escuchar esa voz y se felicitaba por no haber tomado la delantera sin preparativo alguno. La charla fue bastante breve, pero al menos sabía algo iría a comer esa tarde con aquel castaño y por fin estaría de franco al día siguiente, así que se sentía bastante tranquilo, pero feliz. Decidió que simplemente se iría a dormir por un par de horas para poder estar descansado. De modo que solo tomó un “desayuno” liviano antes de acostarse. Los turnos nocturnos por lo general desordenaban el sistema de una persona, pero para alguien como el rubio no era nada. Sus sueños fueron curiosos por decirlo menos, pero sin dificultades. Solo logró desertar con el sonido de la alarma antes de prepararse para salir. Se ducho, se puso ropa cómoda: jeans azul claro, camiseta, camisa y la chaqueta que le había regalado Jude.

Caminó a la casa de huéspedes compró un pequeño peluche de un osito para la hija de aquel muchacho. No sabía nada de sus gustos, pero suponía que no debían cargar con muchos juguetes si habían huido. Al menos eso era lo que suponía. Tras la breve compra se dirigió a largas zancadas con esa sensación de que deseaba llegar a la hora acordada, ni muy antes ni muy después. Lo que le hizo sentir un poco tonto, por lo que agradecía que nadie le estuviera prestando especial atención.

Tras unas cuantas cuadras pudo distinguir la casa de huéspedes. Parecía más tranquila de lo usual. Fue en ese camino que vio su propia sonrisa en la ventana de una de las viviendas vecinas. Era un gesto alegre, pero también un poco incómodo, definitivamente pensaba demasiado. Deseo arrojar todo eso al tacho de la basura. Incluso sintió que lo logró un segundo mientras avanzaba. Se distinguía su sonrisa usual, su cabello algo desordenado por no encontrarse en funciones oficiales. Un interesante cambio en su aspecto.

TOC… toc… toc…

Sonó suave y firme el golpeteo a la puerta antes de esperar con una mano en el bolsillo izquierdo, en tanto su otra mano sujetaba la bolsa de papel con un moño de regalo.